N°1: RESISTENCIA
No nos matan en silencio.
Nos matan en vivo,
a pantalla dividida,
mientras el mundo bosteza con el estómago lleno
y el alma seca.
Nos matan con excusas.
Con pólvora bendecida,
con fuego “inteligente”
que atraviesa cunas,
vientres,
y cuadernos escritos con manos temblorosas.
Nos llaman escudos.
Nos llaman números.
Nos llaman error colateral.
Pero no.
Somos carne.
Somos historia.
Somos los hijos del olivo que no se arranca.
Aquí, en Gaza,
cada piedra tiene nombre,
cada escombro es tumba y testamento,
y cada niño que aún respira
es una declaración de guerra contra el olvido.
No tenemos tanques.
No tenemos cielo.
Solo túneles y lágrimas,
y una voluntad que no se rinde
ni siquiera bajo los escombros.
Nos cortan la luz,
y encendemos las estrellas.
Nos secan el agua,
y bebemos resistencia.
Nos roban la tierra,
pero no nuestras raíces.
Gritamos con gargantas abiertas,
aunque nos arranquen las lenguas.
Rezamos con las manos al cielo,
aunque nos quiten los minaretes.
Cargamos a nuestros muertos,
y seguimos marchando.
Porque nuestros muertos están vivos,
esperando por nosotros,
en la claridad que solo conocen los que murieron firmes,
sin arrodillarse,
con el takbir en los labios
y la dignidad en el pecho.
Porque resistir aquí
no es una opción,
es un verbo heredado,
una oración tallada en piedra,
una promesa en los ojos de nuestros hijos.
Y si caemos,
no lo haremos solos.
Caerá con nosotros la mentira.
Caerá la arrogancia.
Caerá la máscara de quienes miraron
y no dijeron nada.
Somos Gaza.
Somos Palestina.
Y mientras quede un pecho latiendo,
una abuela contando,
un niño dibujando el mar en el muro roto de su casa,
seguiremos.
Porque nuestra muerte no es el final.
Es la semilla.
Y esta tierra,
aunque arrasada,
sabe cómo florecer en medio de la sangre.